lunes, 28 de diciembre de 2015

AL ÁRBOL SE LE CONOCE POR SUS FRUTOS

 
 

AL ÁRBOL SE LE CONOCE 

POR SUS FRUTOS


Hay gente que puede hablar o escribir muy bien. ¡Vaya si lo saben los profesionales de la política!

Pero… como dice sabiamente el refrán, "al árbol se le conoce por sus frutos".

En otras palabras, no importa lo que digas, tus hechos –cualesquiera ellos sean—¡hablan más fuerte que tus palabras!

Y los hechos, arrojan un perfil de una persona.

Por ejemplo, si alguien está acostumbrado a mentir, si es casi una persona patológicamente mentirosa, pues vivirá saltando de mentira en mentira. Siempre procurando arreglar las cosas, pero no se puede todo el tiempo vivir en una mentira, o esconderse tras una mentira.

Al fin, de alguna manera, la verdad sale a luz, y cuando ello ocurre, a veces es como un estallido de proporciones que puede tener consecuencias incalculables y no previstas por la mismísima persona.

Tampoco se puede vivir haciendo promesas que luego no se cumplen. "Te doy mi palabra que haré gimnasia…", "te enviaré las grabaciones en cuanto las tenga…", "mañana iré al Consulado…", "te prometo que haré el test y te mandaré los resultados…", "voy a enviarte enseguida esas fotos….", "te haré llegar el libro lo antes posible….", Y nada de ello ocurre.

O es aquello de "voy ya, espérame"…"no, no quiero ir"…"escucharé lo que me enviaste"…"no, no tuve tiempo de escucharlo…"

Más allá de las palabras lisonjeras, agradables, hermosas, lo que queda como residuo, es la figura real de una personalidad. Y a la hora de evaluar a la personalidad, no son las palabras bonitas lo que cuenta, sino su conducta.

Si la conducta ha sido en todo momento y circunstancia, sincera, coherente, lógica, si es posible trazar una línea, y una sola, en la cual existe una coincidencia entre los dichos y los hechos, eso nos revela una personalidad sólida, firme y por tanto, confiable. En otras palabras, con esa persona uno sabe a qué atenerse.

Si por el contrario, a lo largo del tiempo hay un desfasaje entre dichos y hechos, entonces hay una especie de doble discurso, el de lo que se dice por un lado, y lo que se hace o no se hace, por el otro. Hay una esencial dicotomía, una especie de esquizofrenia, y por lo tanto, la persona no resulta confiable, no por insinceridad, sino por no ser coherente, por no cumplir su palabra, por crear una permanente incertidumbre. ¿qué hará realmente?, ¿qué pensará?, ¿qué excusa inventará para justificar una omisión en la que es pillada?, ¿cómo reaccionará?

Es difícil lidiar con alguien que de esa manera se torna en impredecible. Una especie de caja de sorpresas a vuelta de esquina.

Naturalmente que lo que uno puede hacer, en la medida que la persona es allegada, o existe una amistad, es ayudarle a superar esa dicotomía, esa especie de doble personalidad, de doble discurso, o de separación entre la palabra y los hechos.

Hacerle ver las inconsistencias intrínsecas entre su decir y su hacer, y procurar que al reconocerlas, trate de que exista un solo perfil, una sola línea, que le defina claramente en su personalidad.

¡Por supuesto que los seres humanos somos complejos, y no simples! Y por cierto que todos cometemos errores, y deslices, y nos volvemos de ellos, aprendiendo a veces duras lecciones.

Y por cierto además, que todos dependemos de todos, para que nos ayuden, nos corrijan, nos orienten, y hasta a veces nos den un afectuoso tironcito de orejas.

Por eso mismo, es que si realmente tenemos un aprecio, una estima, o un cariño por la persona de quien se trate, debemos procurar persuadirle delicadamente, sin enojo, sin confrontación, sin insultos, acerca de su situación, para que por sí mismo/a pueda cambiarla. Primero que nada, no para beneficio nuestro, sino de la propia persona involucrada.

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